Bueno a pedido de el buen Mecha hay dijo ese!!!
Un hombre
Un hombre de luenga barba blanca se une con varios campesinos para arar la tierra. Pero, al mismo tiempo que traza surcos con una azada, imagina. No puede evitarlo. Ve una escritura, un texto en el suelo removido. En sus oídos, repiquetean las campanadas de una cercana iglesia de aldea. Y los seres que labran la femenina tierra se inclinan; abren sus manos y liberan una cascada de semillas. Y en el suelo labrado, en el esparcido collar de las semillas, otra vez el hombre barbado descubre páginas escritas. Páginas donde encuentra la nostalgia por el perdido cristianismo de la pobreza; el deseo humano de brillar en el candelabro de alguna grandeza divina; el vaivén confuso del hombre siempre atrapado en el molino de sus pasiones. Y Tolstoi advierte que algo del sudor de su frente se derrama sobre sus dedos cuando comienza a escribir lo que antes leyó en la tierra labrada. Y escribe: La guerra y la Paz, Ana Karenina, La sonata de Kreutzer, Cuentos Populares, La muerte de Iván Illich. Y el notable ensayo ¿Qué es el arte? Mientras su pluma baila sobre el papel puede oler las fragancias de los árboles de Yásnaia Poliana, una finca que hereda junto con trescientos aldeanos. El es de origen aristócrata, acomodado; hijo de un conde y una princesa. Sin embargo, es un cristiano romántico, auténtico. Por eso anhela que sus creencias sean idénticas a su vida. Prefiere entonces vestir las camisas del mujik, el humilde campesino ruso, y lavar su propia ropa, y coser su calzado.
Desde muy joven, la fama lo acompaña. Luego de publicar la trilogía: Infancia, Adolescencia, Juventud, recibe vastos elogios. Pero no le preocupa ser aceptado por los círculos literarios ni por la realeza zarista. Ambiciona la autenticidad creadora. Sin embargo, su vida no es un ojo de agua cristalina. Muchas veces, lo domina la pasión por el juego, una disimulada vanidad y sus violentas discusiones con su esposa, Sofía Bers, que siempre le reprocha sus tendencias altruistas y populares.
Muestra una intensa preocupación por la pedagogía. Durante un año edita la revista pedagógica Yásnaia Poliana. Y publica Silabario, una obra para enseñarles los niños la lengua rusa. También organiza una campaña para auxiliar a los habitantes de Samara, desgarrados por el hambre. Se granjea la enemistad de la Iglesia Ortodoxa, que lo excomulga. Actúa como juez de paz por un tiempo y perjudica los intereses de los nobles. Brega por el regreso al antiguo cristianismo de la austeridad y promueve la abolición de la propiedad privada territorial. Aborrece la vida social y sus falsos convencionalismos. El perfume de su existencia se expande por el mundo, pero siempre regresa a Yásnaia Poliana, “el luminoso claro del bosque”. Aquí Tolstoi crea vigorosos jardines narrativos que rezuman sensibilidad, agudeza psicológica y moral, y gran talento para reconstruir escenarios históricos y vívido personajes. Aquí sólo deseamos recuperar una hebra de la luminosa túnica creadora de Leon Tolstoi. Sólo dos cuentos poco leídos, poco conocidos. Dos pequeños rubíes. Primero Los tres staretzi, un bello relato donde triunfa la elevación espiritual auténtica frente a las falsas declamaciones santurronas. Y, luego, Melania y Akulina. Allí, el escritor le restituye a la niñez su inocencia poderosa y ligera como el cuerpo de las aves. Ojalá que estos relumbres del gran escritor ruso nos acerquen a la fértil música que emanan las semillas al comienzo de cada siembra.
León Tolstoi